Revista TriploV de Artes, Religiões e Ciências

Direção|Maria Estela Guedes & Floriano Martins

PÁGINA INDEX Número 04|Março de 2010

NÚMERO 04

Março de 2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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¿Qué es la filosofía?, de José Manuel Briceño Guerrero

 

Julio Borromé

 Les estoy muy agradecido por su invitación para ofrecer una ponencia sobre la obra de José Manuel Briceño Guerrero, en estricto un opúsculo, ¿Qué es la filosofía? (1962). Y ello no sólo porque pienso que la obra de un filósofo, y por tanto su pensamiento, son la conciencia crítica para teorizar y transformar los problemas que acechan al hombre y la crisis de espíritu de la civilización humana, sino también por tener destinado un camino que se hace residencia del lenguaje, ir hasta el fondo, llegar al límite. Asumir el riesgo de tomar un camino poco transitado y transitado a ciegas porque no nos hemos detenido a pensar. Y llegar a un punto donde el diálogo descubre la fuente de los secretos, ser uno mismo y otro. De la finitud queda registrada la voluntad de apertura, del encuentro, del oficio de caminantes y del entendimiento que no es simplemente una expansión de la razón, sino que posee un estado íntimo del alma. No creo que se pueda leer a un filósofo sin tropezarse con lo cotidiano, con la expresión vital más auténtica del hombre y de los otros: la viscosidad cultural, la cual invita a pensar la sociedad que no puede pensarse sin el hombre y viceversa. Me arriesgo a pensar en ese asunto que nos plantea el profesor Briceño, por el hecho de que el pensamiento tenga una manera en la que ha sido pensado y nos convoca a continuar el diálogo desde la inquietante pregunta ¿Qué es la filosofía? De este modo, el problema parece simplificarse en una pregunta. Esta yace delante ¿Qué es la filosofía? Pero esta pregunta conviene apropiársela desde un sentido, desde un lugar en el tiempo y bajo las condiciones que la historia misma depara. Entonces podemos decir que la filosofía no es el producto de la historia sino el mismo devenir histórico. Un devenir histórico que remite a una cultura, a un modo de ser en la diversa actividad lingüística que une a los hombres con el medio geográfico y con sus instituciones. No creo en la lectura cronológica de un filósofo como Briceño para iniciar el camino al pensar. De más está decir su vasta obra incluye la ensayística, la ficción, la filosofía, la cultura, el estudio de las lenguas, y dentro de esa monumental obra en permanente construcción, las reflexiones sobre artistas y poetas. Cómo podemos separar una verdadera joya del ensayo filosófico escrito por el profesor Briceño “Los inquietantes Cuadros de Geraldine Saldate”, con su pensamiento, cuando en aquél —traduzco yo— navega una especie de nauta mitológico que convive con agudas intuiciones sobre el alma femenina, sus símbolos y el devenir. Es una apuesta a los procesos de evolución de su pensamiento, de sus extravíos hacia regiones inhóspitas que la filosofía académica desdeña por considerarlas de menor valía intelectual. He allí el valor, la rebeldía y la provocación que produce la obra de Briceño Guerrero, que para mí, es un filósofo creador con inquietudes intelectuales que trascienden la profesión del filósofo.

La pregunta ¿Qué es la filosofía? en José Manuel Briceño Guerrero es un camino, un lenguaje que dice. El riesgo es aún mayor para quien intenta con osadía más que con oficio de filósofo dar cuenta de su pensamiento y de esa inquietante pregunta ¿Qué es la filosofía? Pero la terquedad impetuosa que me anima es más afortunada que el fracaso de interpretar sólo a medias o equívocamente. Mi elección no es arbitraria ni responde a conjeturas forzadas por la ilusión de hallar verdades inamovibles ni retos intelectuales complacientes, me guía la fe y el amor al conocimiento. Lo significativo es explorar la noción de filosofía en Briceño Guerrero y replantearse el asunto de la pregunta, ¿Qué es filosofía? Seguro estoy en las derivaciones consustanciadas con nuestro actual momento histórico y político. ¿Para qué filosofía? ¿Estamos leyendo a Briceño Guerrero los venezolanos? ¿Los filósofos pueden transformar la sociedad? ¿Habremos contraído una deuda con la obra del profesor Briceño, que es la deuda con nuestro ser venezolano y latinoamericano? La verdad es que estas preguntas me abruman. Me contenta, pues, estar entre filósofos, los que me acompañan en este encuentro Vida y Obra de José Manuel Briceño Guerrero, y el que desde ya, me doy a la tarea de pensar con ustedes.

¿Qué es filosofía? se publicó en 1962, para ese entonces el profesor Briceño tendría treinta y tres años, “a mitad del camino de la vida”, decimos con Dante. Se le da una razón exacta para vivir, por lo menos echar una mirada al estado latente y potencial del mundo, donde se dice hombre y condición humana. Un tiempo de aperturas al menos percibidas en el camino y el fin cumplimiento de una búsqueda como posibilidad. Parece ocultarse aún algo más en este camino para determinar una conciencia aún mayor de los orígenes. Un alejamiento para vernos con los mismos ojos que no se han marchado y permanecen en fragua atizada en nuestras estructuras psíquicas y culturales. No hay nada que podamos expresar en absoluto fuera de nuestra condición humana y de nuestra cultura, porque antes que podamos pensar en ello, ya está en nosotros. Esta especificidad que nos da un puesto en el mundo nos obliga a interrogar el ser, constantemente olvidado, y no hay ser que se vaya a mover si no lo empujamos, pero antes hay que desocultarlo. Quien lo aviva parece que se anula porque lo niega y se rehúsa a aceptarse en su indeterminación y en la fragilidad de sus proyectos. Claro está, que es singular el hecho de que la condición humana puede considerarse en estas circunstancias como un signo de un diálogo entre lo que somos, que obra desde la cultura y hacia donde debemos mirar para reconocernos como uno y diversos en nuestra propia especificidad. Pero, ¿quiénes somos nosotros? Somos los venezolanos, hijos bastardos de los griegos que hemos dado por supuesto que pudiéramos ser otros sin la herencia de Europa, y que en nuestro alejamiento y condición de observadores puede preservar nuestra inocencia indígena, y aliviarnos de la responsabilidad de decir algo contra lo que somos y no somos. Con lo de nosotros quiero decir, la filosofía y nosotros. Quiero decir condición humana y especificidad. Quiero decir reconocimiento y diversidad. Quiero decir mestizaje creador y resistencia. Quiero decir idiosincrasia y herencia. Aquí estamos de otro modo diversos, marcados, bastante tercos en asumir nuestra identidad variopinta. De tal modo que no se puede concebir otra cultura, otro ser latinoamericano sin el diálogo con la cultura occidental.

Trátese aquí efectivamente de unas reflexiones producto de la lectura de ¿Qué es la filosofía? (1962) de José Manuel Briceño Guerrero. Sólo he sido un intérprete, un traductor según testimonio del pensamiento del filósofo. Reconozco que es un intento por aclararme pues pudiera haber incurrido en algún error. Por pensar sobre un asunto que nos regresa a la pregunta ¿Qué es filosofía? o ¿acaso hemos salido de su ámbito? Ya la pregunta nos pone en camino, es el camino mismo. La orientación que debemos seguir para ahondar en la pregunta y así continuar el diálogo pretende, por así decirlo, que toda lectura (traducción) en particular es esencialmente una conjetura.

Pues entonces preguntemos en otra entonación ¿Qué es la filosofía? Esta vez resulta curiosísima la pregunta. Es indiscutiblemente de naturaleza antropológica, en un primer momento, si pensamos que el profesor Briceño la contextualiza en el tiempo y en la cultura como expresión del hombre; por eso se la distingue con atributos de especificidad y condición humana. Pero este atributo es complejo en su diversidad, en su relación con los entes y con todo lo que el hombre ha creado, que para Briceño Guerrero, es definición de cultura, y lo creado por el hombre es “cultura culturante” y la actividad creadora “cultura culturada”, en la cual “la acción del individuo se mueve en un horizonte cultural ya dado”. Lo que es reviste cierto carácter de devenir, indeterminación y finitud. Estas son las razones por las cuales el hombre consciente de su especificidad que no comparte con los demás entes, crea a partir de las contingencias, las condiciones necesarias para cohesionar lo que la naturaleza no le ha dado, la formación de una estructura que le permita relacionar todo el orden creado y la convivencia con los demás hombres y con las instituciones. El hombre crea su cultura, entonces reconoce el factor de la técnica, de las creencias y mitos, de las leyes y normas para regular la vida en la comunidad. El hombre reglamenta desde afuera obligado por las contingencias y por la naturaleza corruptible de las cosas que ha creado, y porque deviene, son transitorias como él. En este sentido se hace imposible la homogeneidad de la cultura que es multiplicidad siempre cambiante, aunque con ciertos grados de estabilidad. Tanto la cultura como el individuo cohabitan cada uno con sus propios atributos. Lo que ya está dado, lo que es. No se pueden pensar aislados, un ente determina a otro ente y cada ente posee su propia especificidad, es ese el carácter de cultura “supraindividual”, como lo llama nuestro filósofo. Dice Briceño Guerrero, “la condición humana conlleva, como estructura específica, una comprensión del ser y del no ser, del todo y de la nada, del mundo y del hombre, del sentido de la vida. Sobre esa comprensión descansa la posibilidad misma de la cultura”. Es la compresión que el propio individuo habrá de hacer para que la conciencia sea el puente que lo comunique con lo que está afuera, que en definitiva también está adentro. Su representación del mundo y sus expresiones inteligibles, el lenguaje y las exigencias estéticas que fundamentan una cultura que “da un aire característico a su pensar”.

Hasta aquí hemos orientado la lectura a las condiciones de posibilidad donde el problema de la pregunta ¿Qué es la filosofía? nos asalta en su infinita perplejidad. De nosotros depende seguir en la pregunta, hundir el diente al asunto más difícil de comprender: definir a la filosofía considerando lo antes expuesto. El profesor Briceño Guerrero propone tres definiciones. Filosofía como dynamis, filosofía como enérgeia y filosofía como ergon. Conviene empezar prestando atención sólo a lo sustancial de cada una de estas definiciones.

La filosofía como dynamis se expresa una vez adquiridos los supuestos de la condición humana: la indeterminación del individuo en todos sus actos, la Weltanschauung, las creencias, los mitos y las ideas, el lugar que le corresponde al individuo como ente entre los demás entes y ante el universo, sus creaciones culturales, sobre todo considerando la diversidad de sus formas y modalidades. Pero estos supuestos no siempre son la conciencia del observador, su objeto de estudio permanecen ocultos. Entonces, una vez adquiridos estos supuestos, signos que orientan la cultura en su devenir, visión de la vida implicada en la totalidad. La comprensión desde donde surgen estos supuestos, es la filosofía como dynamis. Dice Briceño Guerrero “Todos los supuestos de la cultura son estructuraciones de la comprensión primordial, pero no son permanentes y declinan con mayor o menor rapidez para dar paso a nuevas estructuraciones, podríamos decir nuevos mundos”. Esto nos lleva a conjeturar que estos supuestos de la cultura surgen de un estado preconsciente, sin solaparse del todo se vuelven espontáneos hasta que se van sucediendo en el tiempo, recobrados por la conciencia que se ajusta a esta transitoriedad y que fija una posición frente a lo acontecido. Entonces la conciencia “descubre su problematicidad”, referencia concreta del hombre a su total descubrimiento del mundo exterior y todo el hacer como práctica de la cultura. Sin duda, la filosofía como dynamis se ve desplazada por esta toma de conciencia. Hay algo más interesante y es que la conciencia opera en dos dimensiones, la primera, acogiéndose a su principio de orden conceptual, de intérprete de los problemas y de las soluciones a los mismos. La segunda, es que la conciencia se vuelve sobre sí misma, problematizando su razón crítica, estándar de racionalidad a partir de los conceptos. Pero hay supuestos “más profundos” que la conciencia no puede aprehender o sistematizar en su armazón conceptual; esa peculiar condición de la conciencia le fija, por supuesto, límites a su accionar. “El problematizador”, como lo llama Briceño, le urge construir su sistema de apropiación de la totalidad en el cual pueda ejercer el predominio de su “actividad reflexiva”, para esta operación conceptual se fundamenta, y lo dice Briceño Guerrero en “razones metodológicas”. Por tanto se distinguen los siguientes aspectos: “ a) reflexión sobre el ser, b) reflexión sobre el conocimiento, c) reflexión sobre el valor”. No vamos a detenernos en la explicación de las particularidades de los aspectos, se trata en estas tres dimensiones que estudia la filosofía, de unificar un criterio desde la razón para sistematizar sus supuestos. Bajo este concepto totalizador podemos estimar el modo decisivo y deliberado de la conciencia en hacer de sus potencialidades conceptuales, la reflexión del problematizador. Con esto la razón crea otro supuesto, otro principio estructurante estructurado. A esta reflexión sobre el ser, el conocimiento y el valor, Briceño Guerrero lo llama filosofía como enérgeia o filosofar. Sobre esta reflexión conceptual el individuo ha de entregarse resueltamente a concebir un sistema de pensamiento con todo el andamiaje instrumental de que dispone. La reflexión de los pensadores adopta enseguida una expresión concreta en la producción de “obras filosóficas” como un hecho absolutamente trabado en el quehacer cultural. A este modo de filosofía que obra como un sistema que privilegia los contrastes, las divisiones, lo fragmentado, las dualidades, se suman los modelos del filosofar, la conciencia de la condición humana sujeta a la indeterminación y fragilidades de la vida, “a las gradaciones progresivas”. A este sistema de pensamiento estructurado en sus aposentos racionales en tanto producción de obras filosóficas que dan cuenta de su actividad teórica, el profesor Briceño las denomina filosofía como ergon o filosofías. Un rasgo distintivo, por demás utilísimo para comprender la valoración de la filosofía como enérgeia y la filosofía como ergon, es que la primera mantiene su anclatura en la segunda en tanto tradición. Estando ya en diálogo la filosofía como ergon es reconducida a su origen, “repensada”. Pero al ser repensada en su origen producto del diálogo, “conduce” a aquella filosofía “que lo produjo”, a la enérgeia. Esta filosofía como enérgeia dice Briceño Guerrero “es la misma del filosofante, del nuevo interlocutor en el siempre renovado decir-contradecir-condecir actual y lúcido”.

Llegamos a un punto en el cual la pregunta hablada ya familiarmente entre nosotros, ¿Qué es la Filosofía? entra en el cauce de la expresión adecuada: el concepto. Filosofía como dynamis, filosofía como enérgeia o filosofar y filosofía como ergon o filosofías. Ahora bien, estos conceptos no son válidos universalmente para todas las culturas. Revelan, no obstante, un origen desde donde se han producido de una manera compleja, con la peculiar formación intelectual que las sustenta. Una cultura. Una forma de decir. Dice el profesor Briceño: “Se trata de posibilidades humanas realizadas sólo en el ámbito de una cultura: la occidental. En efecto, el filosofar es una creación de los griegos, la tradición filosófica comenzó en Grecia; luego se extendió por toda la Europa occidental, cuya cultura está marcada indeleblemente por el espíritu griego”. (…) “Si nos viéramos obligados a resumir en una sola palabra el destino de Occidente, diríamos ‘Filosofía’ ”. En este sentido, Briceño Guerrero afirma por un lado, el valor incuestionable de la ciencia y de la filosofía, —con preeminencia de esta última con relación a la ciencia—, en la historia de las ideas en sus orígenes griegos, y por el otro, cuestiona el dominio de la cultura griega sobre otras culturas que no han construido su cosmovisión con la racionalidad y sistemas filosóficos, es decir, con filosofía como enérgeia o filosofar y filosofía como ergon o filosofías. Hay que decirlo de una vez: una cultura que se pretende hegemónica y excluyente con el firme propósito de expandir su poderío tecnológico para llevar a su máxima realización el proyecto de conquista de la naturaleza. Creo que, cuando Briceño nombra la idiosincrasia como una forma de representación de estas otras culturas, de esas culturas que poseen una interpretación del ser, caben los supuestos que no están expuestos al mundo exterior, y que operan de una particular manera. Son aquellos supuestos más profundos, la filosofía como dynamis. Dice Briceño: “Porque la filosofía como dynamis no conduce necesariamente a la filosofía como enérgeia. La filosofía como dynamis es también arte como dynamis, religión como dynamis, mito como dynamis y puede conducir a formas no filosóficas de enérgeia en la reflexión sobre la totalidad”.

Briceño Guerrero al plantear la pregunta, ¿Qué es la filosofía? desde  los supuestos de la cultura occidental y de sus expresiones que sustentan la Weltanschauung, principia un diálogo en el cual la pregunta misma no encontrará fácil respuesta, si es que llegamos a encontrarla. Sin embargo, pensar la pregunta ¿Qué es la filosofía? es, en lo sucesivo pensar, en la cultura occidental y en la procedencia que nos involucra con “los griegos por línea bastarda”, como dice Briceño Guerrero. Nuestras manifestaciones culturales indias y negras perdieron; se impuso el fragor de la cultura occidental. Nosotros somos un pueblo mestizo con una forma cultural sincrética, compuesta “por tres tradiciones: la occidental, la india y la negra.” Esta extraña viscosidad de nuestro ser, nos advierte que no se trata de una mera influencia intracultural, sino que nuestra abigarrada constitución álmica como venezolanos y latinoamericanos, debe reconocer y aceptar, primero esa realidad histórica del mestizaje como producto de las mezclas, con la particularidad que está estructurada por fragmentos de culturas no europeas, que se expresan negativamente con un rostro y un lenguaje poco amenos. Un sentido propio, rebelde, viscoso, iconoclasta, el vacilón criollo. Y lo otro que debemos comprender es que si no entendemos de dónde venimos, cómo emprender nuestra tarea irremplazable de encontrar sentido a nuestras vidas, a nuestra realización plena de ser. Briceño Guerrero nos habla de la idiosincrasia mestiza, de la fusión de la arquitectura colonial y la mano de obra del indio, del valor simbólico de la lengua. Y donde predomina la herencia de la cultura occidental que es el pensamiento nosotros respondemos con emoción, donde ella nos asalta con los conceptos, nosotros le destapamos el velo a María Lionza, mientras ella nos deslumbra con Herodoto, nosotros buscamos el “Uriaparia, Wirinoco”, al cálculo frío de sus opiniones nosotros dudamos con el corazón. Nuestra idiosincrasia se escapa, convive soterradamente con lo otro que está en el mundo exterior, y eso se esconde de lo otro, y sin embargo, convive porque eso somos, producto del mestizaje. A esas manifestaciones las llama Briceño Guerrero “esas oscuras fuerzas creadoras, que constituyen lo más auténtico de nuestro ser y que no han podido manifestarse sino negativamente”. Aquí es importante señalar, al contrario, que la vida política, cultural, social está sustentada por “las actividades conscientes” que emanan de la cultura occidental. Es decir nosotros mismos nos hemos negado a reconocernos como lo otro que somos y seguimos siendo, pero que no hemos descubierto porque estamos enceguecidos, alienados, desorientados en nuestro propio ser, a causa, entre otra razones, por las inmaculadas propuestas culturales que no descienden de línea mortal o divina. Briceño Guerrero ha llevado sus reflexiones en torno al Mestizaje a una comprensión mayor como  fenómeno cultural. En este sentido, Su Discurso Salvaje es la expresión más extendida de su pensamiento, más profunda y rica en viscosidades.

Ahora que con alguna fortuna hemos dialogado con la pregunta: ¿Qué es la filosofía?, contemplemos serenamente lo pensado hasta acá, y en el caso particular de Venezuela, que es la última reflexión del profesor Briceño Guerrero: cómo se concibe una filosofía en Venezuela.

No deja de asombrarme el compromiso intelectual que empeña Briceño Guerrero en plantear un asunto tan universal como la Filosofía en el cotidiano hacer del ser venezolano. Con ¿Qué es la filosofía? se publica más que un libro, una reflexión vital sobre el destino de la filosofía en este país y en perspectiva en Latinoamérica. Este opúsculo se publica en el año 1962, inicio de una de las décadas con profundas resonancias ecuménicas en la cultura, lo económico, la política y lo social. Década de los hippies, de la minifalda, de las Panteras Negras, del LSD, de los Beatles, del Mayo Francés, de Pink Floyd, de nuestros xipitecas allá arriba en México, del júbilo de la Revolución Cubana. Toda Latinoamérica con mayor o menor intensidad vibró al sonido de esos vientos de cambio. Aquí en Venezuela, las guerrillas urbanas, y más tarde, guerrillas de monte adentro, los poetas de Sabana Grande, los Grupos Literarios, la efervescencia de los estudiantes universitarios. En Mérida, Venezuela, un joven de treinta y tres años, se pregunta ¿Qué es la filosofía? y desde aquí, desde nuestra cultura mestiza propone un diálogo con la cultura occidental para desentrañar nuestro verdadero ser, con nuestra idiosincrasia y supuestos culturales amalgamados con Occidente. Para Venezuela, el joven profesor Briceño, concibe la filosofía, a mi manera de ver, como un apostolado, con una confianza que se sitúa en las antípodas de los discursos apocalípticos. Es el llamado a reabsorber toda la herencia de Occidente, sin negar sus principios racionales, entonces, sólo así, entenderemos nuestro puesto en el universo. De Occidente, todos los modelos de filosofía practicarlos como enérgeia, como reflexión crítica de esos supuestos griegos. Dice Briceño, “porque de lo contrario nos moveríamos en un diletantismo intelectual vergonzoso que no nos dejaría ocupar puesto alguno en la mesa donde dialogan los grandes pensadores de la cultura”. De la filosofía como ergon, cuyo designio es conducir en los términos propios de una paideia para la liberación, para la fuerte honestidad de los valores que se comparten en un mismo tiempo histórico y de la vital necesidad de construir nuestra mirada, estar atento al devenir. De la filosofía como ergon la posibilidad de enseñarla con esperanza, en el sentido de que el hombre se prepare para la muerte: Es la preeminencia del alma sobre la finitud de la condición humana. En esta misma filosofía como ergon no debemos negar la racionalidad que la asiste, como lo dice Briceño, sea el amor quien la trascienda y no la violencia. Filosofía para “remediar lo que es remediable, la injusticia social, la miseria; pero no por la violencia, sino por la comprensión y el amor”. La filosofía auténtica es el diálogo con los problemas que los pensadores de la tradición occidental se han planteado.

Es cuestión de aceptar nuestro sincretismo cultural sin negar lo que somos. Nuestra mezcla india y negra convive con occidente. Es esa una realidad histórica innegable. De ese sincretismo validar una cultura auténtica en la medida en que es invención permanente de nuestra idiosincrasia: Mestizos somos. Pero también pensar nuestros asuntos, la libertad que nos hace distintos pero herederos de una tradición cultural, de nuestra expresión negativa, que necesariamente debe liberarse para que los supuestos más profundos florezcan en toda su luminosidad.

Briceño Guerrero nos dice que para concebir una filosofía en Venezuela debemos hacer un viaje hacia nosotros mismos. El mismo que él inició con la pregunta ¿Qué es la filosofía? en el año 1962, el mismo viaje que yo hago con ustedes, más acá, desde mi finitud en pleno siglo XXI.

Julio Borromé (Venezuela, 1970).
Poeta, ensayista y promotor de la lectura. Cursó estudios de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Los Andes. Ha publicado los poemarios: Tiempo de pájaros dormidos (2002), Camisa de plumas (2004) editados por Ediciones Gitánjali. Salmos al exilio (Premio Certamen Mayor de las Artes y las Letras, 2006). Desnuda te ves más alta (2007) Fondo Editorial “Arturo Cardonzo”. Incluido en la Antología de la Joven Poesía Venezolana Amanecieron de Bala (2006) y en el libro Corazón de Venezuela: Patria y Poesía (2009). Ganador del concurso literario de ensayo y poesía ULA (2002 y 2005). Su obra ensayística inédita comprende dos libros sobre Filosofía y Literatura Venezolana y Latinoamericana. Es miembro de la Red de Escritores de Venezuela, capítulo Trujillo. Contacto: julioborrome@hotmail.com.

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