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Juan Gris: el poeta cubista
Miguel Ángel Muñoz
Página ilustrada con obras del
artista Juan Gris (España) |
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En el 2005 tuve la oportunidad de
ver en el Museo Reina Sofía de
Madrid, la gran exposición
retrospectiva de Juan Gris (Madrid,
España, 1887-Boulogne-sur-Seine,
Francia, 1927), que es hasta hoy, la
muestra más amplia y completa entre
todas las realizadas del pintor
español |
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– que
arrancaba con el hermoso lienzo Sifón y
botellas, de 1910 y concluía con la acuarela
El frutero de 1926–, a menudo difuminado en
un estrato secundario, por la potente
imaginación visual de los inventores del
cubismo: Picasso y Braque. Un primer paso
crítico y decisivo para poder conocer mejor
a Gris, fue en 1974, cuando Jean Leymarie
llevó a L’Orangerie de París la primera
retrospectiva del artista en Francia, en
calidad de uno de los padres del cubismo, y
con una presentación polémica: junto al
“espíritu dionisiaco de Picasso”, el “fervor
soberano” de Braque y el “monumentalismo” de
Léger, Gris aportaba la “nobleza apolinea y
la alta tensión del lirismo español”. Una
sorprendente ordenación historiográfica que
orientaría la recuperación del pintor en los
años posteriores. Pero sin dudarlo, el orden
histórico vino de la mano del pragmatismo
británico, como suele suceder. Christopher
Green publicó, con motivo de la exhibición
del artista en la Whitechapel Art Gallery de
Londres en 1992, su definitivo Juan Gris.
Con todo y para asombro, Juan Gris es
todavía un artista mal comprendido. Algunos
factores afirman que la culpa es del tiempo
del arte, y otros radican en el tiempo del
artista.
Gris llega a París en 1906 y se instala en
el territorio Picasso. Vive en el
Bateau-Lavoir y cuenta con su simpatía, que
lo ayudó sorprendentemente casi siempre, y
la cordial condescendencia de Braque. Entre
1909 y 1910, las primeras pinturas de Gris
dan testimonio de una insólita concentración
intelectual en la depuración de las
estéticas de la experimentación cubista. Sin
duda, geometrización y fragmentación
espacial, con el revolucionario empleo del
Ripolin en calidad de estímulo cromático,
son en esencia las “formulas” empleadas por
Gris para desarrollar una obra inédita y
diferente al resto del cubismo. |
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Desde las primeras composiciones
cubistas de Gris hay indicios de un
interés latente por el color en los
tintes de azul y rosa y verde que da
a los grises. El dibujo, por
supuesto, era esencial para él. Pero
hacia 1913, cuando Juan Gris
conquista su propia voz, florece o
más bien hace explosión el rasgo más
personal de su obra dentro del
cubismo: el color. Gris usa el color
con una variedad, una intensidad y
una audacia infrecuente en otros
cubistas. Es evidente que el color
es un elemento clave en su proceso
creativo; Gris domina el color con
precisión y sabiduría, que se
observa en sus composiciones de sus
primeros años como paisajista, o, en
las matizadas naturalezas muertas
que protagonizan su posterior
período sintético. |
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En los lienzos
pointillistes de comienzos de 1916 tenemos
el último estallido del color antes de que
el pintor se sumerja en un período ascético,
de renuncia, de tendencia a la monocromía.
Vienen una serie de bodegones esquemáticos y
tenebrosos. Las sólidas siluetas negras de
contornos simples y tajantes son como
sombras emancipadas de los cuerpos, que han
cobrado vida, como la sombra de Peter
Schlemihl. El negro, igual que en Manet y en
Matisse, funciona aquí como un color entre
otros. Gris elimina el volumen y atenúa el
iluminismo táctil para convertir el espacio
en un plano vector sobre el que ordena la
composición. Basta con mirar el soberbio
Retrato de Josette, para entender el juego
de los espacios y la fuerza poética de Gris.
Es justo en estos años de aprendizaje y
retroalimentación constante, cuando descubre
Gris el “método deductivo” en pintura, que
consiste, como él explica, no en hacer de
una botella un cilindro, como Cézanne, sino
de un cilindro una botella, procediendo de
lo abstracto a lo figurativo, que es quizá
la definición más asequible del cubismo. La
clave del desarrollo de dicho método son las
“rimas pictóricas”; desde 1917, las
configuraciones lineales se simplifican y
pueden denotar distintas cosas. Los ojos
riman con los botones de un vestido, la boca
de un vaso con la abertura de una guitarra.
El cubismo de Gris evoluciona con el collage,
la proposición perfecta, la sección de oro (El
hombre del café, El reloj), el puntillismo y
el paso del cubismo hermético al sintético
de las formas de la realidad, con la vuelta
al orden y los arlequines.
Juan Gris
intimó pronto con los cubistas del grupo de
Puteaux, los hermanos Villon en nombre
propio, y descubrió en la Section de ‘Or
notables afinidades teóricas, como demuestra
Le lavabo, expuesto en 1912: una secuencia
de fragmentos de efectos decorativos
dispuestos sobre un espacio ilusionista. No
parece fuera de lugar la evocación de
Matisse en la transformación de la
naturaleza muerta, del bodegón cubista
propiamente dicho: en un espacio geométrico
cerrado, el paisaje urbano se independiza
con una nueva intersección formal
fuertemente coloreada y plana. Dos ejemplos:
Paisaje de Ceret (1913) y Naturaleza muerte,
paisaje (1917). La época de los arlequines,
que se abre en torno a 1919, señala la
persistencia de los motivos figurativos (Pierrot),
más notable aún en los dibujos, tal vez el
ejemplo más acabado del “método deductivo”,
descubierto por el pintor con una sintaxis
gráfica propia del cubismo sintético, cuando
el movimiento se ha transformado ya en un
lenguaje pictórico autónomo. Imágenes de la
melancolía, que se distancian del carácter
original lúdico o cómico del motivo y
avanzan suavemente hacia cierto naturalismo
simbolista que preludia el aislamiento y la
soledad que acompañarían los momentos
finales del pintor. Quizá la admiración de
Gris por el arte contenido de Corot y la
fascinación por el espacio clásico de clave
ilusionista y sugerencias astrales de
Zurbarán nos ayuden a entender la dramática
búsqueda personal de unos signos plásticos
contundentes y únicos, del Retrato de la
madre del artista (1912) al apunte casi
lorquiano del Retrato de Louise Gordon
(1921). |
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Un artista
complejo, en suma, difícil de calzar en los
rudimentarios esquemas que achacan el
desarrollo de las vanguardias históricas,
llenas de personalidades creativas de
admirable energía individual. Gris fue un
personaje reflexivo, iluso en opinión de sus
amigos, malamente recuperado por el
casticismo audaz que ha querido ver en él la
última resistencia del realismo ancestral,
depurado por el virtuosismo de la tradición
figurativa francesa pero desconcertado por
la fuerza disolvente del primer cubismo.
El volumen es luz, pensaba el escultor
Lipchitz, tan cercano a Gris, de quien fue
temprano admirador. “Le conocí –dice el
artista francés- en 1916 y fuimos íntimos:
hablábamos continuamente acerca del cielo y
de la tierra –sobre arte, literatura,
filosofía, sobre todas las ideas que corrían
por entonces–. Debo mucho a Gris”. Para
Gertrude Stein, Gris parecía “seducido por
todo lo francés”, se “hacía el francés”,
aunque el rigor de su composición y las
cualidades clásicas que traslucen sus
construcciones cromáticas hablan un
convincente lenguaje artístico propio que
realza su personalidad. |
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Para el crítico y lapidario Eugenio
D’ Ors, ya en 1924, Gris venía a ser
el contrapunto del impuro, versátil
y voluble Picasso. “Gris ha sido el
artista más dogmático y desde luego
el más puro […] Cada uno de sus
cuadros tiene el aspecto poco amable
de una especulación”. Acaso D’ Ors
interpreta como atracón teórico lo
que sencillamente eran confidencias
de un artista cansado. Me refiero a
la discutida conferencia De las
posibilidades de la pintura que Gris
dictó en la Sorbona en 1924, en
plena crisis personal, cuando el
horizonte cubista, nublado de
“segundones escolares”, recibía el
envite mortal del surrealismo como
contagiosa literatura artística. |
Carl
Einstein, un marginal de la
historiografía estética, publicó en
1928 El arte del siglo XX, un agudo
repasado del nuevo arte que empezaba
a despuntar tras la deriva dogmática
de las vanguardias históricas. El
crítico captó como poco las
aspiraciones de armonía que
inspiraban el proyecto artístico de
Juan Gris: sencillamente un medio
para entender el mundo exterior y
dominarlo: “Juan Gris, platónico
apasionado, busca los elementos
durables de la visión que van más
allá del carácter accidental del
motivo pictórico. La obra de Gris
parece determinada por una decisiva
experiencia vivida. […] Un camino
grandiosamente inverso a Cézanne.
Para Cézanne los objetos eran formas
constructivas generales: Gris, sin
embargo, ha individualizado
conscientemente las formas generales
de los objetos; así ha conquistado
la pureza duradera”. Marcel Duchamp
dijo de él que “pulió metódicamente
una de las facetas más puras del
cubismo”. Sin duda la obra de Juan
Gris es un cristal con espacios y
tonos maravillosos, una joya que
estalla dentro de sus propios
límites. |
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Miguel Angel Muñoz (México, 1972).
Poeta, historiador y crítico de
arte. Es autor de los libros de
ensayo: La imaginación del instante:
signos de José Luis Cuevas (2001),
Materia y pintura: aproximaciones a
la obra de Albert Ràfols-Casamada
(2002), y Travesías (2004). Es
director de la revista literaria
Tinta Seca. Contacto:
miguelamunozpalos@prodigy.net.mx.
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